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Mis historias en primera persona

ME PENETRARON CON LA PIJA MÁS GRANDE

HISTORIAS EN PRIMERA PERSONA
GLORIA PARQUE

(Con imágenes ardientes de encuentros posteriores)

Las mujeres con experiencia, las que hemos saboreado el placer con varios hombres, llevamos un ranking mental de las pijas más impresionantes que han cruzado nuestro camino. Algunas destacan por su grosor, otras por su longitud o por una cabeza que parece desafiar las leyes de la física. Muchas de esas memorias están grabadas en los videos que comparto en este sitio, pero otras, como esta, viven solo en el calor de mis recuerdos. Hoy les cuento sobre el hombre que, hasta donde mi memoria alcanza, me regaló la pija más grande que he probado.

Lo conocí en un curso, un chico con el que al principio solo intercambiaba palabras sueltas y miradas furtivas en el aula. Se llamaba Diego, aunque en ese momento era solo un compañero más, alguien con quien compartí trabajos grupales y una química latente. Cuando nos asignaron una tarea en pareja, él me propuso trabajar juntos, y acepté con un cosquilleo de entusiasmo, sintiendo que no le era indiferente. Intercambiamos números, y unos días después me invitó a su casa para “avanzar con el proyecto”. Su tono sugería mucho más, y yo, sin rodeos, acepté, lista para dejar claro que no estaba para juegos.

Me preparé como si fuera a una cita: un baño largo, depilación impecable, mi vestido más sexy abrazando mis curvas y un perfume que prometía envolverlo todo. Con mis cuadernos bajo el brazo, tomé un taxi hasta su departamento. Al entrar, el ambiente me recibió como un preludio de lujuria: el aroma a café recién hecho, todo impecablemente ordenado, y una música suave que flotaba en el aire. “¿Te molesta la música para estudiar?” preguntó Diego, seguido de un “¿Tomás café?”. Sonreí, aceptando el café, aunque mi mente ya estaba en otra cosa.

Ignoré las formalidades, me instalé en su sofá, y con un gesto invitador golpeé el almohadón a mi lado. Diego se acercó, algo tenso, sus ojos brillando con una mezcla de nervios y deseo. La tensión entre nosotros era palpable, y una risa nerviosa lo traicionó. Decidí romper el hielo: mi mirada bajó descaradamente a su entrepierna, donde un bulto impresionante se marcaba bajo su pantalón. “¿Te gusta usar ropa ajustada?” pregunté, sin apartar los ojos. Intentó cubrirse, pero su gesto solo avivó su erección, imposible de disimular.

“No me molesta en absoluto,” murmuré, “de hecho, me da mucha curiosidad.” Extendí la mano, rozando su bulto con la yema de mis dedos. Diego se quedó inmóvil, atrapado en mi hechizo. El trabajo podía esperar. Mis caricias se volvieron más audaces, delineando su longitud a través de la tela, sintiendo cómo crecía bajo mi toque. Me arrodillé frente a él, desabrochando su cinturón con una lentitud deliberada, botón por botón, hasta liberar su bóxer blanco. La silueta de su pija era imponente, y una mancha húmeda delataba su excitación.

Comencé besándolo a través de la tela, recorriendo su miembro desde la base hasta la punta, saboreando el dulzor de su flujo. Diego, incapaz de contenerse, bajó su bóxer de un tirón, y allí estaba: una pija de al menos veinticinco centímetros, gruesa como mi muñeca, palpitando frente a mi rostro. La golpeó contra mi cara, dejando rastros húmedos en mi piel. Abrí la boca, dejando que rozara mi lengua, y comencé a chuparla, luchando con su grosor. Mi boca apenas podía abarcarla, pero mi lengua danzaba sobre su glande, recogiendo cada gota de su esencia.

Diego se quitó la remera, y pronto sus manos guiaron mi cabeza, moviendo sus caderas como si me follara la boca. Me tomé mi tiempo, lamiendo sus huevos, recorriendo cada centímetro de su tronco, perdida en el placer de adorarlo. En un movimiento fluido, levantó mi vestido y bajó mi tanga, empujándome al sofá. Sus labios encontraron mi vagina, lamiendo y chupando con una voracidad que me hizo gemir. Sus dedos exploraron mi culo, abriéndome mientras mi cuerpo se rendía a la humedad y el deseo.

Se irguió, colocó mis piernas sobre sus hombros y comenzó a penetrarme. La cabeza de su pija, enorme, presionó contra mi concha, y por un momento pensé que no entraría. Pero Diego fue paciente, bombeando lentamente hasta que mi cuerpo cedió, y sentí cómo todo su grosor me llenaba. Cada embestida era un torbellino de placer, sus besos sabían a mi propio flujo, mezclándose con el sabor de su pija que aún permanecía en mi boca. Cuando estuve completamente dilatada, me puso en cuatro, cabalgándome con una intensidad salvaje. Sus nalgadas resonaban en el aire, sus huevos golpeaban mi clítoris, y cada embestida me llevaba más cerca del éxtasis.

“Quiero tu leche,” supliqué, y Diego se paró frente a mí. Volví a chuparlo, sus manos guiando su pija mientras se masturbaba. Mi lengua jugaba con su glande, saboreando el flujo que anunciaba el clímax. Con un gemido profundo, liberó chorros potentes que llenaron mi boca, desbordándose por mis labios, nariz y mejillas. Frotó su pija por mi cara, pintándome con su leche, mientras yo recogía cada gota con mis dedos, llevándolas a mi boca con deleite. Terminé lamiendo suavemente su miembro, exprimiendo las últimas gotas, mientras él recuperaba el aliento.

Debo confesarles que de ese encuentro no quedaron fotos ni videos, pero unos días después volví a encontrarme con él y para esa ocasión preparé la escena para grabarme. Lo importante de este relato es que noten la dimensión de esa pija y se imaginen lo que es tenerla toda adentro. En este segundo encuentro, el éxtasis me llevó a entregarle mi culo, a pesar de su enorme tamaño y, como me lo imaginaba, entró hasta el fondo, al punto que durante los bombeos sentía cómo sus huevos chocaban contra mi concha, calentándome todavía más. A veces la vida te pone en situaciones irrepetibles, y hay que aprovecharlas, por eso me comí esa pijaza de todas las formas posibles y por eso no faltò un tercer encuentro y, por ahora el último. No le quedó hueco por penetrarme ni placer por darme. Y yo, agradecida.

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Besitos. Gloria Parque.

Gloria Parque en eexo con Pijudo
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