Un típico mañanero
Mis historias en primer persona
Gloria Parque
Esta historia no sorprende por lo extraña, sino por lo común. Quiero darle el tono que merece y rendir homenaje a esos hombres que se levantan por la mañana con deseo y se entregan a un momento de pasión antes de empezar el día.
Pasé la noche con Luis, un amigo al que no veía hacía tiempo. Lo encontré por casualidad en una plaza de Retiro, Buenos Aires, mientras descansaba tras una larga caminata. Estaba sentada en uno de esos bancos típicos cuando una voz conocida pronunció mi nombre. Se acercó, me extendió la mano y reconocí a un pibe que había conocido tiempo atrás. Alguien que me había dejado una buena impresión, de esos que te sacan una sonrisa al recordarlos. La primera vez que nos vimos, solo compartimos unos tragos con amigos, nada más.
Pero el tiempo pasa y las ganas persisten. Lo que no ocurrió en aquel primer encuentro, decidí concretarlo ahora. Tras charlar sobre cómo estábamos y qué hacíamos, quedamos en vernos esa tarde, después de que cada uno volviera a casa, se duchara y se preparara para la ocasión. Me despedí y regresé a mi departamento para el ritual previo a cualquier cita: revisé que todo estuviera en orden, pasé la depiladora para que mi conchita quede impecable, me duché, me maquillé, elegí ropa cómoda pero elegante, un toque de perfume y, sobre todo, lencería impecable. No fuera a ser que, al subir la pollera, algún detalle rompiera la magia.
Nos encontramos en Retiro y fuimos a cenar a un restaurante romántico de la zona. Tras una hora y media de comida, bebida y buena conversación, decidimos buscar un lugar más íntimo. Luis eligió un hotel elegante para turistas, evitando los típicos albergues transitorios, algo que agradecí. Al entrar, nos dejamos llevar por la pasión, casi sin preámbulos, más allá del ritual de desvestirnos mutuamente, olernos, y saborearnos. Nos besamos con intensidad, nos exploramos con las manos y, finalmente, bajé para descubrir qué escondía ese bulto en su pantalón y descubrí un miembro de buenas proporciones, muy bien cuidado, limpio y de excelente sabor. Tras un momento de entrega mutua, él terminó de quitarme la ropa y nos sumergimos en un torbellino de deseo que culminó en el baño donde él decidió darme su leche como una ofrenda mágica. Se puso frente a mí, que estaba de rodillas, y entre jadeos dejó correr su semen por mi rostro y por mi boca, lo que supe agradecerle mientras terminaba de lamerme mis dedos lechosos y dichosos.
Pero esa es otra historia que contaré después. Hoy quiero hablarles de la mañana siguiente, cuando la luz del sol se coló por la ventana alrededor de las 9, tras una noche agitada que nos mantuvo despiertos hasta las 3. El calor nos había dejado dormir desnudos. Me levanté para los rituales matutinos: un paso por el baño, lavarme la cara y asegurarme de que todo estuviera fresco y limpio. Por instinto, dejé mi celular grabando hacia la cama.
Mientras tanto, Luis aprovechó mi breve ausencia para mirar videos pornográficos con su celular. Lo descubrí ni bien salí del baño pero él no se inmutó, sostenía el celular con una mano y continuó con la mirada fija en la pantalla y con la otra mano se estaba masturbando en busca de una erección. Para mi deleite, descubrí que estaba viendo un video donde yo era la protagonista en una escena intensa donde compartía mi cuerpo con varios hombres. Sin mediar palabra ni interrumpirlo, bajé hasta su zona íntima y empecé a mamarlo. Abrí la boca grande dejando que mi lengua jugara con él, saboreando las primeras gotas de su deseo que mojaban mis labios. Cuando estuvo listo, se puso un preservativo, y yo, ya lista y expectante, me acomodé en posición de cucharita. Él me tomó desde atrás yendo a fondo, moviéndose con ritmo mientras mi cuerpo vibraba de placer, mi respiración se aceleraba y mis sentidos se rendían al momento. Cambiamos ángulos, ritmos, pero no palabras: no hacía falta. Todo era puro goce.
Tras unos diez minutos, sentí los espasmos de su clímax, acompañados de esos gemidos guturales que anuncian el final. Mantuvo el ritmo unos instantes más, hasta que, lentamente, se retiró. Me levanté tras una pequeña contorsión, comprobé que toda la leche estuviese contenida y volví al baño para repetir mi ritual de limpieza. Esa mañana no llegué al clímax, pero más tarde, recordando el momento, usé uno de mis juguetes para alcanzar mi propio placer.
Como ven, esta historia no tiene nada de extraordinario. Sin embargo, la cuento porque tiene lo que una buena historia debe tener: un recuerdo imborrable. No sé si fue el lugar, la cama, la luz, la hora, el deseo o la química, pero algo hizo que ese momento se quedara grabado en mi memoria, y en mis videos. Quise compartirlo con ustedes. Les dejo algunas fotos de recuerdo. Besos, Gloria.
